sábado, 16 de octubre de 2010
Obama y las Elecciones Intermedias
EL 2 de noviembre, Barack H. Obama se enfrentará al revés político más importante de su carrera. Pese a sus esfuerzos titánicos a favor de la causa demócrata, una reciente encuesta de Gallup encontró que la figura del ex presidente Bill Clinton atrae más votos del electorado estadounidense que la del mismo presidente Obama. Entre los independientes, la preferencia por Clinton era aún más significativa al atraer el voto a favor de los demócratas. Al mismo tiempo, el nivel de satisfacción registrado en la opinión pública estadounidense es el más bajo en treinta años. Así, sólo el 21% de los ciudadanos en la unión americana están satisfechos con la forma en la que las cosas se están llevando a cabo en el país. Más allá de la derrota electoral anunciada, ¿Qué repercusiones tendrá el triunfo del partido republicano en la dinámica política del vecino del norte?
La respuesta más concreta es una guerra intestina de poderes fácticos. Sin embargo, es necesario matizar la respuesta para ser más precisos. Desde 1998, algunos académicos como Paul Quirk en la University of British Columbia destacaban la fuerte ideologización del partido republicano en Estados Unidos. De esta manera, con el triunfo electoral de George W. Bush y Dick Cheney, se inició una purga interna que lentamente fue excluyendo a las facciones moderadas de centro-derecha de la cúpula de poder del partido. Como resultado de este proceso, el partido del elefante renunció a su amplia base conservadora y afianzó su confianza en su más reducida base ultraconservadora. Así, durante los últimos cuatro años de la presidencia de Bush Jr., muchos conservadores moderados- ciudadanos y políticos- fueron quedando en la orfandad; al arribo de Obama al poder, algunos de ellos se unirían a las filas del partido rival.
Salvo algunas excepciones, el partido republicano quedó sin lumbreras políticas que lo ayudaran a sobreponerse a la derrota electoral del 2008. Pese a esto, algunas figuras como Sarah Palin lograron capitalizar políticamente su falta de pericia y sobriedad. Proviniendo del políticamente irrelevante estado de Alaska, Palin comprendió que su lugar como candidata a la vicepresidencia era robar el voto feminista derrotado a la par de Hillary Clinton; intentó con tanto empeño que sus esfuerzos fueron simplemente absurdos. No obstante, entre los sectores ultraconservadores del partido republicano se empeñaron por hacer de ella, el Mesías republicano que los regresaría a la Casa Blanca.
Frente a la inequívoca debilidad republicana, el Tea Party apareció como un movimiento social reaccionario de ultraderecha dispuesto a encarar al supuesto socialismo islámico de Obama. Conforme se fortaleció el movimiento, la dirigencia republicana fue incapaz de organizar y lanzar un proyecto incluyente de centro-derecha; los moderados le fallaron al partido mientras Dick Cheney se autoproclamó defensor de la dignidad ultraconservadora al desafiar la nueva política de seguridad- un hecho inédito en sí mismo. Lo más que el partido republicano logró articular fue un refrito de su campaña en el 94; por su parte, el Tea Party logró vencer a precandidatos fuertes en algunos estados imponiéndose así a otras fuerzas al interior del partido.
De esta forma, el partido republicano que se presenta a elecciones el 2 de noviembre dista mucho de ser una opción creíble de gobierno. Su aparente fortaleza- los populares candidatos del Tea Party- le pasarán una alta factura al momento de generar una agenda legislativa necesaria para el funcionamiento del gobierno estadounidense; simplemente bloqueará las propuestas de Obama, pero no ofrecerá opciones frescas a los problemas que aquejan al país. Así, los ultraconservadores y moderados de derecha deberán medir fuerzas en perjuicio de la esperanza de sus electores. Si bien, éste puede llegar confiado a las urnas del 2 de noviembre, la demonización de las medidas demócratas- políticamente impopulares, pero necesarias- no será suficiente para remediar el problema del “Grand-Old Party” (Gran viejo partido): su fractura interna y distanciamiento con la realidad política actual.
Así, aunque los resultados electorales serán desastrosos para Obama, éstos no significan el fin de su proyecto de nación. Sus asesores y estrategas deberán capitalizar la debilidad de su enemigo para poder hacer repuntar la popularidad del presidente en el siguiente año. Si logran hacerlo, Obama y los demócratas podrían aspirar a un segundo período y la recaptura del Congreso. De lo contrario, se habrá tratado del gobierno de izquierda más popular y más corto en la historia de los Estados Unidos. Los electores decidirán su propio rumbo.
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