jueves, 4 de febrero de 2010
Barack Obama y El Estado de la Desunión
Barack Obama cumplió con uno más de los rituales de la democracia estadounidense. El pasado 27 de enero se presentó ante el pleno del Congreso para reportar el estado que guarda la unión americana. Ante la aparente debilidad que su administración enfrenta, el mensaje fue claro y contundente: reforzar dicha unión. Sin embargo, la realidad política de Estados Unidos nos habla más de una desunión producto de las divergencias ideológicas profundas y la animadversión de los poderes fácticos hacia el discurso del cambio. Ante esto, Obama dedicó gran parte de su discurso buscando crear un ánimo bipartidista en el legislativo que le permita apuntalar su agenda legislativa durante su segundo año.
El tema que más ha afectado el bono democrático de Obama ha sido el de la recuperación económica y el manejo del paquete de estímulo fiscal. Este asunto le costó el fuego enemigo de la derecha estadounidense al anunciar un presupuesto de trillones de dólares para el ejercicio del año fiscal casi por concluir. Habiendo pasado los momentos más críticos de la crisis financiera, el anuncio de nuevos impuestos a bancos que permitan la pronta recuperación del dinero invertido a través de la intervención estatal ha sido el nuevo objetivo en la lucha contra el cambio.
Ante esta inflexibilidad, Obama expuso la lógica de su administración en el desarrollo de la política económica. Primeramente, reconoció el trabajo aún por realizar. Recordó al pueblo estadounidense que el paquete de rescate financiero fue una iniciativa de la pasada administración Bush que él decidió apoyar como un proceso subóptimo pero responsable. Finalmente, en un intento por apelar al electorado conservador, Obama enfatizó el recorte de impuestos a la clase trabajadora y las pequeñas y medianas empresas. Sólo como sacia morbos y con la finalidad de asestar un golpe final a la campaña en su contra, el presidente estadounidense reconoció el papel fundamental de las empresas en el crecimiento económico del país.
El ritual estadounidense no estuvo sin sobresaltos políticos. En una cachetada de guante blanco, Obama describió a la década que concluye la Década Perdida. En ese contexto propuso una serie de iniciativas legislativas que creen un sistema financiero más saludable, fomenten la iniciativa y la apertura de nuevas industrias, conduzcan a un superávit comercial de la cuenta corriente, y que prioricen la inversión en capital humano. En todo este plan, Obama hizo alusión al concepto del desarrollo sostenible al prometer la mejora presente sin comprometer el futuro crediticio del país.
También causó revuelo al proponer la aceptación de los activos homosexuales en el ejército estadounidense buscando ganar el favor del ala liberal sin reflexionar en la reacción que esto seguramente causará en una de las instituciones más conservadoras del vecino del norte. Sin embargo, el asalto más grave fue a la Suprema Corte de Justicia olvidando la experiencia de Franklin D. Roosevelt. Sin pudor alguno, Obama criticó severamente la decisión judicial que considera el gasto sin limitación alguna por empresas en las elecciones como libertad de expresión. Haciendo uso del otro como herramienta identitaria, el presidente expuso su temor a la apertura del sistema político estadounidense a intereses particulares no sólo de nacionales sino, además, de empresas extranjeras.
Irónicamente, Obama recalcó la nueva política de cooperación multilateral que Estados Unidos ha pretendido abanderar desde el inicio de su administración. Para él, el mejor ejemplo de dicha política se encuentra en las conferencias sobre desarme nuclear mostrando la permanencia de ésa infame problemática del sistema internacional al fin de la Guerra Fría: la falta de un enemigo común que consolide le orden internacional que Estados Unidos ha pretendido construir los últimos 20 años. De igual manera, Obama buscó honrar su promesa electoral del retiro de tropas de Irak y Afganistán. Faltará ver si las condiciones se dan en agosto de este año para cumplir su palabra.
Obama entró al Congreso estadounidense buscando construir alianzas y calmar los enfrentamientos ideológicos. No obstante, habrá que esperar la reacción de los grupos al interior del Partido Republicano que continúa en la búsqueda de un líder (o lidereza) que le permita obtener ventajas electorales en las elecciones intermedias. Sarah Palin en conjunto con Tom Tancredo realizarán una de las mayores demostraciones de su capital político en el evento que prepara el Tea Party en abril en la ciudad de Boston. Esto puede resultar en una primera medición de fuerzas entre demócratas y republicanos de cara a las elecciones legislativas. Si el discurso de Obama logró acercar a republicanos de centro-derecha, podríamos ver mayor fluidez en la agenda legislativa; si por el contrario, no fue así, Palin y la facción más radical de la derecha estadounidense tendrán la herramienta de la desunión que conquista.
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